1. Comentario lingüístico del texto.
2.Análisis de la siguiente oración del texto:
Los viajes nocturnos
en trenes por los que circulaba la tumultuosa vida (…) han sido sustituidos por
vuelos velocísimos.
GRANDES DESPLAZAMIENTOS
Antes del boom
turístico, sólo los ricos podían viajar; para comprobarlo, basta leer cualquier
novela de Henry James, cuyos protagonistas cruzan el charco para tirarse meses
en otro continente, explorando a sus gentes y dejándose sorprender por sus
insospechadas costumbres. Desde que inventaran esa variante del transporte agropecuario designada eufemísticamente
‘vuelos low-cost’, el gozo de viajar
ha quedado reservado a los pobres de solemnidad. Y es que lo que el común de
las gentes entendemos actualmente por ‘viaje’ constituye, en realidad, un
‘desplazamiento’ que nos deposita como fardos en el lugar de destino, para
después convertimos en zascandiles programados que se hospedan en hoteles
idénticos y emplean sus horas en excursiones gregarias, regidas por un horario
siempre apremiante y por la visita obligatoria a lugares que la propaganda ha
desgastado hasta convertir en emblemas pestíferos del imaginario kitsch. Lo que antes distinguía el viaje
era su demorada inmersión en las costumbres y en los ritos de un lugar que nos
es ajeno; al suprimirse esta condición esencial, al despojar el viaje de su
naturaleza exploratoria, apenas nos queda un sucedáneo o remedo de viaje, en el
que los lugares ajenos se reducen a escaparates móviles que se suceden ante
nuestros hastiados ojos, como láminas de un prospecto turístico.
El boom turístico
asesinó la posibilidad del verdadero viaje, aboliendo tiempo y espacio,
suplantándolos por una ‘reconstrucción’ de nuestro mundo habitual que imbuye al
turista la creencia de que, pese al desplazamiento, sigue inmerso en un ámbito
familiar. Las lentas travesías transatlánticas, los viajes nocturnos en trenes
por los que circulaba la tumultuosa vida (con su cortejo de azares risueños o infaustos)
han sido sustituidos por vuelos velocísimos en los que queda borrado todo
apunte de improvisación, o en los que, si acaso, podemos disfrutar de un
retraso ‘por razones técnicas’ que nos deja empantanados en cualquier
aeropuerto con olor a tigre. El turista de nuestro tiempo, hacinado en aviones
en los que apenas puede rebullirse, acata las penurias de esta nueva forma de transporte a cambio de la
inmediatez en el traslado, olvidando que no existe viaje si no hay conciencia
del paso del tiempo. Lo otro es mero transporte de ganado.
JUAN MANUEL DE PRADA, XL
Semanal